La "pocha".
Sí, como hizo tan mal tiempo en Semana Santa apenas salimos y dedicamos varias tardes a jugar.
Entre los juegos de mesa que más nos gustan está la "pocha". Nos gusta apostar dinero, a lo sumo apostamos tres o cuatro euros por persona, así que "la sangre no llega al río".
Bien, pues jugando a la "pocha" en una de las partidas, a mi sombra le faltaban 90 puntos respecto a mi nuera que iba ganando. Mientras jugábamos, la labrador de mi hijo, que se llama Laya, dormitaba en una esquina de la cocina.
En la última subasta mi sombra dijo que iba a por ocho bazas. Tanto mi hija como mi nuera dijeron a la vez "ni de coña", pero vale, vale y ... a qué va la apuesta, preguntaron.
Muy chula respondí ¡A OROS!, (las apuestas de oros valen doble).
En ése momento las dos empezaron a reírse como pensando que de ninguna manera las haría. Tanto reían que me contagiaron la risa y no podíamos parar de reír, parecía que llorábamos sin poder parar de reír.
De pronto, Laya se levantó vino hacia nosotras y comenzó a lamernos una y otra vez, pasando de una para otra, pensando que llorábamos y nuestra risa se intensificó más y más aún. Por fin paramos de reírnos y Laya se tumbó a nuestro lado mientras seguíamos la partida.
Lo conseguí. ¡Ocho bazas de oros! Aun así me faltaron 10 puntos, una apuesta más, para ganar la partida pero mereció mucho la pena el rato de risas que pasamos.
Como agradecimiento, por el mal rato que hicimos pasar a Laya, le dimos un trozo de queso, que le encanta.
Fue una tarde feliz para que no se cumpla la frase: "En el mundo actual todas las ideas de felicidad acaban en una tienda" de Zygmunt Bauman.