lunes, 17 de mayo de 2010

¡Miradas que gritan!


¡Yo soy!




Me lo cuenta una sombra muy joven. Tiene 16 años.

Subió al autobús en la Plaza Santo Domingo con una carpeta abrazada junto a su pecho. Un hombre no muy joven se colocó detrás de ella, cerca, demasiado cerca, notaba su respiración.

Sintió que toda la sangre le subía a las mejillas. No se atrevía a moverse por si el autobús entero se daba cuenta de lo que sucedía.

Se bajó en la siguiente parada que, por supuesto, no era la suya. El hombre bajó tras ella y siguió sus pasos un buen trecho. Ella, cruzó la calle y pasó a la acera de enfrente. Estaba segura de que la seguía. La gente iba y venía junto a ella. Se sintió fuerte. De repente se volvió, la seguía. Se paró en seco frente al hombre. Le miró directamente a los ojos y sostuvo su mirada. El hombre desvió su mirada de aquellos ojos que sin palabras le acababa de gritar: ¡Basta!

Ella giró de nuevo todo su cuerpo y dio unos pasos, cuando se volvió a mirar, sabía seguro que ya nadie la seguía. El grito de sus ojos había bastado para detenerlo.


Mi sombra recordó: "Los ojos de los muertos se cierran cuidadosamente, con no menos cautela debríamos abrir los ojos de los vivos" de Jean Cocteau.




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